Gabriel Rodríguez:

 

 

LA MIRADA DEL CARACOL MELANCÓLICO

 

Nuestra percepción del espacio es horizontal, nuestros mapas, nuestra medidas. Así que, Susanne Themlitz (Lisboa, 1968), para evitar lugares comunes, para ofrecernos un paseo por recodos abandonados, ha generado un laberinto de desarrollo vertical. Todo se despega de la pesadez de la tierra, se eleva sobre andas, cuelga, crece, se balancea, vuela, se distancia sobre zancos como los hórreos o los personajes que juegan y bailan en las fiestas. Susanne Themlitz colecciona, pero no clasifica, ni taxonomiza, no ubica a sus seres en ningún esquema, ni busca las causas o las consecuencias. Colecciona estados de ánimo, condiciones disonantes, islas de musgo, caracoles de paso hacia ninguna parte, continuidades y discontinuidades, morfologías disidentes. Y al coleccionarlas las acepta sin juzgarlas, las sitúa en su ángulo más fotogénico, las ubica en relaciones de buena vecindad.

 

Formales, verticales, mirándonos con sus grandes ojos melancólicos, ciborg, quimeras, minotauros, dulces hombres perro, delicados monstruos. Nos muestran, desde su posición aislada de células flotantes, otra realidad cercana y sutil. No sabemos bien si son ellos los que se han transformado o si son los que, a través de sus órganos de los sentidos, de sus grandes orejas, sus ojos deslumbrados, sus largos miembros, nos contemplan a nosotros metamorfoseados. No tenemos ninguna duda de que nos son familiares, es decir, de que son nuestra familia, de que son parte de nosotros.

 

Una bola de billar se desplaza sobre el tapete, impertérrita, y choca con otra bola, perfectamente roja, que, por esa causa, comienza a moverse: este es el espacio restrictivo, aburrido y ridículo, de la lógica causal. Una bola de límites inciertos se transforma en un caracol tornasolado de ojos melancólicos, demasiado humanos, y posa su mirada tranquila sobre nosotros, sin pretender ser la causa de que nos sintamos afectados por su melancolía: este es el territorio en el que viven los seres de Susanne Themlitz.

 

La consolidada lógica restrictiva no puede vivir sin seres unitarios, de límites precisos, sujetos a todas las leyes de las constancias. En cambio, en el territorio analógico, originario y original, hay límites indeterminados entre animales, personas y cosas, hay transformaciones constantes, fronteras inciertas, rotura de la unidad del ser con un destino definido por medio de la palabra, prolongaciones, contactos. Y la certeza de la presencia, la veracidad de lo que podemos tocar, sentir, como si no lo hubiéramos tocado nunca. Lo mismo que no hay límites inmutables entre los seres, tampoco existe una forma final, acabada. En el dibujo, aparece la grapa que sujeta el papel, el soporte, el lugar en el que se estaba trabajando, la fotografía del estudio, los instrumentos prepagados para el trabajo, las series de seres invitados al invernadero, el taller como lugar de las metamorfosis, él mismo de límites indefinidos. Susanne Themlitz no busca objetos acabados, arte final, no impone un sentido de finalidad, sino que nos deja ver crisálidas en crecimiento, como si no fuera con ella la responsabilidad de darles forma, de conducirlas a su forma acabada. Por eso toda su obra transmite una sensación de provisionalidad, tránsito, juego muy serio, transformación, humor, levedad. En el mundo de las metamorfosis no hay verdades absolutas, hay certezas transitorias, vida indisolublemente unida a la muerte.

 

En los recodos híbridos de lo no nombrado, manipula, media, dialoga, para acrecentar los vestigios de lo real. Colecciona con mimo sus seres familiares, los cuida en lo delicado, en lo ínfimo. Crea archivos asociativos de disidentes, al margen de clasificaciones conceptuales, para abrir ambigüedades e identificaciones certeras, pero no igualdades, identidades, ordenaciones que impliquen el uso del NO lógico y el tertio excluso.

 

Ha surgido, en el espacio familiar, lo monstruoso, la seta que nos escucha atenta con su gran oreja o nos mira, pasmada, con su único ojo. Pero, en ningún modo, lo siniestro. Por dos motivos: porque ya habíamos quedado de mutuo acuerdo en habitar el territorio permisivo de lo  artístico, de la creatividad, por el que podemos transitar con un salvoconducto seguro, con una libertad de investigadores en las formas de conocimiento a los que todo les está permitido; y porque no hay surgimiento, sorpresa desoladora, a partir de las relaciones analógicas, de las metamorfosis que fracturan las identidades lógicas, ya que estamos en ello, sumergidos en el territorio lábil y fluctuante que nos propone Susanne Themlitz.

 

Entre la vida subterránea y la aérea se dan el tránsito vertical, el transporte, la metáfora, la fluidez, la falta de rigidez. A la vez que la certeza, la imagen como presencia, la ligazón vital, la emoción activa que filtra y señala. La fluidez de las formas, el fluir típico de la creatividad, la atemporalidad en la que se mezclan pasado y futuro, que es, a la vez, la vulneración del flujo lineal, unidimensional, del tiempo restrictivo y escaso. Entre el mundo subterráneo y el aéreo hay singularidades, lugares habitados por seres comunicantes, por vasos comunicantes por los que fluyen los líquidos de las emociones.

 

La instalación aparece como prolongación natural del taller; la sorpresa, el hallazgo en el taller, como prolongación de los invernaderos, lugares en los que se produce el injerto, la simbiosis, la mutación. Entre los seres acogidos bajo la protección del invernadero circulan heurísticas analógicas de inversiones, continuidades, olvido de la unidad del sujeto, cambio de escala, de especie o de reino, vulneración de los límites del cuerpo, inconstancia de la forma: estrategias de subversión, formas de quebrar la rigidez de nuestra forma de relacionarnos con el mundo, subordinada a la rigidez de los discursos.

 

Pero, ¿cómo aparece, desaparece o se integra, la palabra en la obra de Susanne Themlitz? El título, el comentario, no anula o restringe el significado de la obra, sino que, en continuidad con ella, fractura lo previsible, lo ya visto y nombrado (ya sabemos que no previsible no es verdaderamente visible). Frente a tantas obras mudas acompañadas por un escueto “S/T”, la palabra ahora cumple la función de prolongar el contenido polisémico de las propuestas: criaturas venatorias anónimas, paisajes transportables, solitarios inofensivos, egomaníacos e imperfectos, territorios y estancamientos ambulatorios, de la vida privada de los parásitos, marginales y disimuladores, laboratorios introspectivos, galería de solitarios, carrancudos y ensimismados… Susanne Themlitz está acuñando un nuevo concepto: el de título expandido. Su obra crece en el diálogo constante con la palabra poética, abierta, metafórica, ambigua: títulos que abren posibilidades de interpretación, de recepción activa, comentarios como diálogos, a veces, como entrevista con ella misma.

 

Frente a la forma de colaboración habitual, en la que la imagen presta su capacidad de fascinación al mensaje unidireccional, cerrado, de la palabra, Susanne Themlitz, una vez más, nos ofrece coherentemente una nueva forma de simbiosis, de diálogo entre palabra e imagen que las enriquezca mutuamente. Mientras que sus comentarios escritos se articulan como paisajes, como imágenes polisémicas; los dibujos, las esculturas, las instalaciones, actúan como formas que nos proponen la posibilidad de nombrar de nuevo lo que creíamos conocer, lo real desconocido.

 

Esta forma de simbiosis entre la imagen y la escritura, esta forma de escribir ambigua y dialogada ¿tendrá que ver con las posibles formas de escritura femenina que proponen Lispector o Cixous? Nos dicen que es esa palabra sigue estando: “el canto, la primera música, aquella de la primera voz amorosa, que toda mujer mantiene viva. La Voz, canto anterior a la ley, antes de que el aliento fuera cortado por lo simbólico, reapropiado en el lenguaje bajo la autoridad que separa. (..). En la mujer siempre existe, en cierto modo, algo de “la madre” que repara y alimenta, y resiste a la separación, una fuerza que no se deja cortar, pero que ahoga los códigos. (..) es el ritmo que ríe en ti; el íntimo destinatario que hace posible y deseables todas las metáforas” (Hélène Cixous, La risa de la medusa). Antes que escritura desde el espacio abstracto, escritura que conserva el calor y el ritmo del cuerpo. Antes que dominio de un espacio abstracto, codificado por coordenadas que nos permitan girar objetos imaginariamente desde un punto de vista único; permeabilidad, convivencia con el lugar, desde una directa relación del cuerpo integrado en un territorio construido por marcadores sensoriales, por un cruce dialogado de miradas y olores, desde un punto de vista múltiple. En la actitud oferente de Susanne Themlitz constatamos, tenemos la certeza de encontrar una gran capacidad de adaptación, de plasticidad, un sentimiento corporal de las formas y del lenguaje, posibilidades que apuntan a formas de contacto al margen del código estricto: flexibles como un canto que se modula entre los ecos, entre los reflejos de los espacios verticales; flexibles como la escritura concebida como canto.